Thursday, March 27, 2014

La casa con una sombra dentro.



11
En ese libro aprendí que “el pan no se tira / se besa y se da en la mano”,  que “la avaricia rompe el saco” y que “hay que ayudar / a los ancianos / la calle a cruzar”. En ese libro nos enseñaban las diferencias entre el niño bueno, educado, estudioso y buen cristiano y el muchacho holgazán, sucio, desobediente y mala persona. Uno era guapo, alto, limpio, con corbata y traje, el otro iba despeinado, harapiento y andaba encorvado. Era el libro de urbanidad del colegio de las monjas. El libro de las buenas costumbres. Sin entender muy bien el título, me adentré en él con más fervor que el que dedicaba a la aritmética o la geografía y me pareció el mejor libro del curso, sobre todo porque traía “poesías” que mi madre conocía y nos recitaba. Algunas de las  poesías e historias del libro venían ilustradas por unas viñetas cargadas de intencionalidad que yo, en aquel entonces, no entendía, pero que me transmitían el mensaje (subliminal) deseado: Había que ser niños limpios, patrióticos, educados, piadosos, puros y urbanos. A mí personalmente me inició en algo más: a tener miedo de la poesía, a sentir terror cada vez que leía una titulada “La cuna vacía”, de José Selgas. (Más tarde entendería que la poesía debería tener un elemento subversivo o maldito). El poema (mi madre lo llamaba siempre poesía) llevaba una ilustración en tres colores --rojo, negro y blanco- que era el complemento perfecto al texto. Unos ángeles volando con las manos extendidas, las alas desplegadas, sonrientes, se acercaban a la cuna donde un niño con bucles, cara feliz, con una túnica y descalzo alargaba sus brazos queriendo irse con ellos. Cada vez que leía el poema sentía un dolor hondo que me quemaba y me atormentaba. Al llegar a mi casa lo primero que hacía era acercarme a la cuna donde uno de mis hermanos dormía plácidamente. (Hemos sido tantos hermanos que siempre había una cuna llena). La lectura del poema me hacía preguntar, siendo tan niño, si toda la poesía era así de cruel, si toda la poesía me iba a hacer llorar siempre. Si me molestaba que los ángeles hablaran con el niño y se lo llevaran, más me irritaba que él les contestara. Lo que no sabía entonces era la importancia que tendría en el mundo freudiano la imagen de “la cuna vacía” que yo mismo vacié cuando abandoné una tarde de octubre el hogar paterno, dejando “mi cuna vacía” y siguiendo el aleteo y la llamada de otros ángeles. Cuando me di cuenta de que la poesía aparte de ser una pieza de terror era bastante mala ya era demasiado tarde para mí. Ahora me la digo a mí mismo a menudo y en cada verso, con el complemento de la ilustración, se me viene el colegio de monjas, el recreo,  la hermana Aurora, la primera caja de lápices de colores, el olor a tiza y el ruido de las alas de los ángeles que se mueven: “Bajaron los ángeles, / besaron su rostro, / y, cantando a su oído, dijeron: / "Vente con Nosotros". / Vio el niño a los ángeles, / de su cuna en torno, / y agitando los brazos, les dijo: / "Me voy con vosotros". / Batieron los ángeles /sus alas de oro; / suspendieron al niño/ en sus brazos / y se fueron todos. / De la aurora pálida, / la luz fugitiva / alumbró a la mañana siguiente / la cuna vacía”.

Thursday, March 20, 2014


10

Yo supe de la guerra por mi madre. Te imagino aquella tarde de julio en que habías estrenado un vestido que Trini y tus amigas te alabaron. Tenías 16 años, unos ojos luminosos y un pelo fuerte, negro y rizado. Te veo subiendo la cuesta del Miradero, viniendo de la Vega. Corrían vientos negros, rumores, la gente comentaba y tenía miedo. Tú no entendías de guerras, pero tu juventud se quedó partida por el ruido de las balas. Aquella tarde era el 17 de julio del 1936. Comenzaba tu primera guerra que se llevaría por mucho tiempo tu alegría de vivir. Te siento la noche anterior, muerta de cansancio y de trabajo del día, ocho corazones a tu alrededor, tú en el suelo trazando con un lápiz en una hoja del ABC el contorno de mi pie derecho. Siento ahora mismo las cosquillas y al moverme oigo tu voz que dice: “Venga, no te muevas”. Al día siguiente te veo bajar de uno de los autobuses Galiano cargada de paquetes y nosotros esperándote en Zocodover alegres de que volvieras y deseosos de llegar a casa para ver lo que nos habíais comprado en Madrid. La casa era una guerra de ruidos, de alegría, de felicidad. Yo era un niño feliz con sus zapatos (de Segarra) nuevos. Entonces yo no había descubierto que el tiempo gastaría esos zapatos y los llenaría de lluvia agujereando las suelas de soledad.

 

 

Sunday, March 16, 2014

La casa con una sombra dentro


9

“Two roads diverged in a Wood, and I-- / I took the one less traveled by, / And that has made all the difference.” No solamente no había leído a Robert Frost sino que ni siquiera sabía que existía la poesía, pero aquella tarde de verano, su madre sentada cosiendo, con golondrinas volando alrededor de la torre de la iglesia, el balcón de la casa abierto, algunos geranios y begonias encendidos, supo que había dos caminos que nacían en un bosque y que él cogía el menos transitado y esta elección hacía que todo fuera distinto. Aquella tarde, con una luz especial entrando a raudales por el balcón, sintió algo que no sabía lo que era, pero supo que su camino era el menos transitado. Todavía no sabe ciertamente qué le ocurre y qué es. Desde esa tarde sabe que hay días que son como clavos ardiendo que le desgarran el alma a tiras. Supo de la oscuridad de una boca, del amor y del desamor, de noches heladas y noches en fuego. Recuerda el temblor en su cuerpo como recuerda el negro intenso de una golondrina que brillaba más que las demás y que moriría al terminar el verano.

Wednesday, March 5, 2014

La casa con una sombra dentro





8

Cuando llegaba el miércoles de ceniza, mi padre, tan buen aficionado a los habanos como católico, dejaba de fumar hasta el domingo de Resurrección y se convertía aún más al catolicismo. A pesar de que tenía bulas que le dispensaban, no sólo ayunaba y se abstenía de comer carne los miércoles y viernes, sino que posiblemente se abstendría también de todo contacto o placer sexual. Alguna vez ya de mayor me pregunté cómo le sabría el primer puro y cómo sería la noche-madrugada del domingo de Resurrección. Ahora que le recuerdo, en este miércoles de ceniza, su cuerpo y sus puros son ya polvo y en mi vida su imagen aparece desvaída, lejana y dolorosa. De aquel hombre alto, guapo y serio sólo me queda el olor del humo de sus puros, la dureza de sus ojos, la sobriedad de sus gestos, cómo se cruzaba la bufanda en los días crudos de invierno, aquel viaje que hizo a Roma y una mezcla de sangre espesa y nieve liquida que fluía entre sus venas y las mías alejándonos y uniéndonos. Pienso a menudo cual sería el primer gusano que nacería en su mortaja la primera noche de total soledad que empezó a comerse ese cuerpo que, destrozado en una carretera, tanto quiso mi madre. Memento homo quia pulvis es et in pulverem reverteris.