Traspasas la verja y la plaza te acoge con un abrazo conventual. A la izquierda, lejana y diminuta la iglesia donde Dios tiene su apartamento de verano. Al fondo de la plaza el convento y la iglesia donde, en otro tiempo, los laudes, los maitenes y las vísperas encendían el retablo. Sales al claustro donde la sombra crece lenta y sosegada, olor a musgos y a perfumes secos. En el salón de actos, ya la tarde laminando los cristales de los ventanales, un grupo de poetas por trece años consecutivos han ido llenando el recinto de poesía. El maestro de ceremonia, abre el recital y comienza la celebración. Uno tuvo la suerte de ser invitado a unir su voz con otras voces en el verano en que su madre todavía no había encontrado su postura en la sepultura y pensó en ella mientras la noche laminaba las ventanas de luz mineral. Valdediós acoge a la poesía de la mano del poeta José Luis García Martín. Para perpetuar el encuentro los visitantes reciben un libro con los poemas leídos, que lleva una introducción y contraportada de García Martín, fotografías de Juan Ochoa y diseño de Marina Lobo. En la contraportada esta breve y jugosa reflexión: “La felicidad no tiene historia. Se canta lo que se pierde. Pero la poesía, aunque hable de la desolación y el abandono, es siempre una forma de felicidad”.
Algunos somos muy afortunados de poseer la colección completa. El último cuaderno, titulado “Diversos” acaba de llegar a Brooklyn desde Oviedo (lo que se agradece), con los poemas de Ricardo Labra, Miguel Floriano, Candela de las Heras, Mario Vega, Lorenzo Roal y Rocío Acebal y al propio Garcia Martín con una versión de un poema de Rui Knopeli titulado, oportunamente, “Aprendiz en el taller de la poesía”.
No rimes.
O rima, si lo prefieres,
pero no hagas violencia
a la palabra.
No busques ansioso,
como amante inexperto,
a la palabra.
Simplemente espera
su llegada.
Música y rima
son accesorios prescindibles
el poema es otra cosa…
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