Miércoles, 25.- Está abril haciendo de las suyas, errático y cambiante, ventoso y soleado, luminoso y nublado, desequilibrado, rasgando el papel del aire y desguazando, como un amante en celo, a los árboles floridos. Te espero sentado en un banco junto a un monumento a los bomberos muertos el 11 de septiembre en la defensa de las Torres Gemelas. Pasan perros alegres, parejas enamoradas, ajenas a las locuras de abril, y pasan niños. A mi lado, cercano al monumento, está sentado un hombre gordo que respira como si tuviera ortigas en la garganta. Un niño mira el monumento y el hombre gordo le cuenta la historia de los bomberos como si fuera algo que pasó hace mucho tiempo. “Una vez hubo un ataque a unos edificios y murió mucha gente y murieron bomberos que acudieron a apagar el fuego...” El niño mira al monumento y al hombre gordo, moviendo la cabeza como si estuviera en un partido de tenis. Sale el sol y se nubla y abril también mueve la cabeza mirándonos a nosotros. Yo, de pronto, me doy cuenta de que estuve en esa guerra, que la viví y que soy parte de la historia de este país. Y que ya soy viejo y que de haber tenido nietos les hubiera podido contar esta batalla. Te veo salir de la tienda y dejo al hombre gordo que siga con la historia cuyo final sé muy bien. Has comprado una docena de huevos. Me dices que tienes que hacer dos flanes para dos de las cenas a las que hemos sido invitados la semana que viene. Abril es como uno de tus flanes: luminoso y un poco nublado por fuera y por dentro cargado de sombras delicadas que empalagan los sentidos.
De “Diarios (2012-2013). La isla de Siltolá.
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