JOSÉ MARÍA SOUVIRÓN: CONTABLE DE UNA ÉPOCA.
Días nublados y claros, entusiasmo y desdén.
Me llega, entre cajas de dulces, felicitaciones de Navidad, galletas caseras hechas por la vecina y una lluvia tenaz, un sobre desde Málaga. El portero me dice que “uno de los paquetes parece un libro”. Y bajo volando.
Viene desde el Centro Cultural de la Generación del 27 con una carta de Javier La Beira que junto a Daniel Ramos López son los editores del “Diario” del poeta José María Souvirón. Para los que coleccionamos diarios y estamos interesados en ellos este volumen no solo es un regalo inolvidable sino un libro necesario para volver a vivir una época gris, turbia, decadente que sirvió de transición a otra igual o peor.
El “Diario” es un estudio social, político, intelectual y religioso de la España de los 50 en el que aparece una galería de personajes famosos de la época y ahora olvidados. Posiblemente este “Diario” nos acerca mucho más a la personalidad y sensibilidad de Souvirón, que al católico poeta casi olvidado, prosista sin personalidad e intelectual comprometido con la “causa”. Es un libro fundamental, sobre todo para los amantes de la literatura diarista. Un texto políticamente incorrecto, donde el autor se vanagloria de ser “el novio en la boda, el muerto en el entierro” y se deleita en narrar los encuentros con poetas, políticos, amigos, enemigos, dando opiniones descabelladas, criticando o hablando mal de algunos de sus amigos. En una de las opiniones que le descalifica como crítico asegura que Dámaso Alonso es mejor poeta que Jorge Guillén. Cita a Teilhard de Chardin, tan de moda en esos años, y repite nombres tales como Castiella, Coronel Urtecho, Azorín, Laín Entralgo, Dámaso Alonso, Rosales, Diego y un largo etcétera.
Lo recibí ayer, comencé a leerlo y eran las cinco de la madrugada y seguía ensimismado con el texto. Se lee a veces como una novela, como un libro de viajes, como un derroche de situaciones forzadas. Es un texto escrito con pocos recursos estilísticos, claridad de estilo, con una prosa para ser leída en el futuro, con cotilleos, pulcras imágenes, crueles retratos (como el del poeta jorobado), la presencia de sus hijos, de Málaga, de Dios y de sus demonios, lo que hace de estos tres cuadernos una lectura apasionante.
La introducción, de Javier La Beira y Daniel Ramos López, es modélica en cuanto que la vida del diarista va apoyada y verificada con datos que aparecen en el diario. Exhaustiva es también la bibliografía de Souvirón y la lista de agradecimientos. A uno la portada le ha parecido perfecta: tan de la época y a la vez tan clásica, tan comercial y a la vez tan literaria, nos invita a abrir el dietario y entrar en un mundo apasionante.
Sí, las opiniones del autor son discutibles, variadas y hasta dolorosas, algunas revestidas de falsa modestia, desbordando soberbia. Es un libro, a veces, políticamente incorrecto, y es también, dentro del contexto ideológico del autor, un libro sincero con ideas defendidas con pasión. “Un diario –nos dice el autor- tiene que ser variedad (en la unidad). Estados de ánimos, días nublados y claros, alacridad y fatiga, entusiasmo y desdén…” Un tono a veces paternalista y superior como corresponde a un hombre que rezaba el rosario, se confesaba con el Padre Sopeña y se preparaba para los nueve primeros viernes de mes al Corazón de Jesús. Un hombre que tenía cargos públicos en la administración y en la enseñanza y se codeaba con la aristocracia literaria, social y política del país.
Yo era un niño provinciano en los años que describe en este diario José María Souvirón, entonces un poeta admirado que escribía en Abc, Ya, Blanco y negro, Ínsula, Caballo verde para la poesía… Mal encuadrado en la generación del 27, sin lugar en el Garcilasismo, nada que ver con los poetas del 50, Souvirón se encuentra en un limbo generacional donde el olvido es el principal autor.
Ojalá que esta cumplida, excelente y necesitada edición de sus diarios sirva para sacarle del purgatorio donde, a pesar de ser de comunión diaria, vive y así se cumplan los deseos de Alfonso Canales: “que se entienda la letra de esa música íntima, que él compuso mientras escuchaba su propio corazón”
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