ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA
El poeta y traductor Hilario Barrero (Toledo, 1946) acaba de publicar su último diario (que hace el octavo) que lleva como título Prospect Park (2014-2015), el nombre del parque neoyorquino situado en el barrio donde vive. El libro será presentado el próximo 14 de mayo en la Biblioteca de Castilla-La Mancha.
Los diarios tienen la virtud de la fragmentación, es decir, que no sucede como con las novelas, que se pueden hacer cortas o largas y exigen una continuidad en la lectura para desvelar su desenlace. Los diarios son como bolsas de caramelos en las que hay de distintos sabores (de fresa, limón, plátano…), de modo que permiten la lectura interrumpida y cada entrada ofrece un sabor distinto.
En la literatura ha habido grandes diaristas, como Kafka y Tolstoi, y, entre nosotros, Josep Pla e Ignacio Carrión (que es uno de mis favoritos). Es obvio que los diarios tienen un aire personal, por eso el autor debe esforzarse para que los acontecimientos de su vida y sus pensamientos trasciendan la experiencia subjetiva y afecten y conmuevan a los demás. Hilario Barrero es un maestro a la hora de lograr este objetivo.
En este diario no sólo aparecen algunas estampas de la vida cotidiana del autor en Nueva York, sino sus grandes pasiones, como los viajes, la música clásica y la ópera, la fotografía, la afición por la literatura y, en particular, por la poesía (es lógico, ya que él ha sido profesor de español y literatura en Nueva York) , su visión de ese ingrediente básico de la felicidad (como sostenía Epicuro) que es la amistad y también la importancia del amor, que es el Atlas que sujeta el mundo. Se trata, por tanto, de un diario con una importante información cultural y además emocional, donde se entremezclan aforismos («La soledad es un sol envejecido»), vivencias (como la muerte del perro de una amiga), lecturas, recuerdos (como los de su juventud toledana), miedos (cuando se rememora el pasado -en el que aparece la sombra del sida- y se piensa en el futuro desde la llegada de las sombras de la vejez), sensaciones, la difícil climatología neoyorquina, deseos, su amor al Greco, etc.
En este diario aparece un Hilario Barrero que es tres en uno, porque es prosista, poeta y ensayista. Pero si alguno prevalece de los tres es el poeta. Su lirismo se pone de relieve en especial en las descripciones y en algunos temas que son abordados con una especial sensibilidad. Esto hace que sea conveniente leer este libro con varias velocidades. Por emplear el símil de las marchas de un coche: a veces se lee con ritmo de prosa, más rápido, en cuarta o quinta, pero a veces es conveniente ir a otra velocidad más lenta, como exige la poesía, en segunda o tercera. Es en este punto en el que su narración se convierte en prosa poética («es una luz que habla como por señas, moviendo los dedos como si fueran pájaros»).
También quisiera destacar dos ideas, que están presentes al comienzo y en el tramo final de este Diario. El primero es el compromiso de Hilario Barrero con la divulgación de la poesía, como se pone de relieve con su importante labor como traductor (traducir es «cubrir con otra piel un cuerpo que, generosamente, alguien te pasa») y en la edición, pues es el editor de algunos libros y de una revista titulada «Cuadernos de humo».
El segundo es un hecho fundamental que aparece en su vida profesional a finales de 2015: la llegada del júbilo de la jubilación, que marcará un antes y un después. Quizá las páginas más emotivas sean las que tiene que ver con este hecho, con el tener que despedirse, después de tantos años, de su despacho, de la vista que tiene desde él, de los compañeros de la Universidad, de los libros que manejaba en la docencia, pero sobre todo de la vida y la ilusión juvenil por aprender que supone estar en contacto con los alumnos.
Pero siempre la redención viene del amor, que es el que ayuda a dar sentido a todo: «Pero tengo suerte. Los de dentro, los que se quedan en el laberinto intentando subir de escalafón no saben que tú me estás esperando. ¿Qué más puedo pedir?». El amor es el principal justificante de todo. Como afirmaba Claudio Rodríguez, largo se le hace el día a quien no ama. Hilario ama y mucho.
Este diario del toledano es una maravilla no sólo desde un punto de vista literario, sino porque lo que dice nos ayuda a ser mejores, nos enseña a valorar lo importante de la vida. El libro engancha y conmueve. Los acontecimientos de la vida que narra muestran el corazón de un poeta en el que el amor está en un primer plano. Hilario Barrero sabe que lo primero es el amor («amar es aproximarse a ser la unidad imposible») y luego viene todo lo demás, el mundo repetitivo de lo cotidiano. El amor, que fue el que le llevó a vivir a Nueva York, es incluso el que sostiene la cultura: «Me moriré feliz porque lo único que supe de verdad en la vida fue saber de ti». También afirma que «nosotros dos, como dos árboles viejos y llenos de pájaros y de recuerdos, de frutos y hogueras permanecemos, abrazándonos cada noche como una necesidad por si a la mañana siguiente uno de los dos no se despierta que el otro no olvide el último abrazo». Prospect Park es uno de los mejores libros que he leído últimamente.
Podríamos decir que este diario, utilizando el título de un célebre poemario de Luis Rosales, es como una casa que tiene la luz encendida, porque en él está palpitando la vida de quien lo escribe, que es también para nosotros como la luz de un faro, porque también nos orienta y nos abre más los ojos.
El corazón es un parque, el último Diario de Hilario Barrero
El escritor toledano presenta «Prospect Park» este martes, 14 de mayo, a las 19 horas, en la Biblioteca de Castilla-La Mancha
Actualizado:El poeta y traductor Hilario Barrero (Toledo, 1946) acaba de publicar su último diario (que hace el octavo) que lleva como título Prospect Park (2014-2015), el nombre del parque neoyorquino situado en el barrio donde vive. El libro será presentado el próximo 14 de mayo en la Biblioteca de Castilla-La Mancha.
Los diarios tienen la virtud de la fragmentación, es decir, que no sucede como con las novelas, que se pueden hacer cortas o largas y exigen una continuidad en la lectura para desvelar su desenlace. Los diarios son como bolsas de caramelos en las que hay de distintos sabores (de fresa, limón, plátano…), de modo que permiten la lectura interrumpida y cada entrada ofrece un sabor distinto.
En la literatura ha habido grandes diaristas, como Kafka y Tolstoi, y, entre nosotros, Josep Pla e Ignacio Carrión (que es uno de mis favoritos). Es obvio que los diarios tienen un aire personal, por eso el autor debe esforzarse para que los acontecimientos de su vida y sus pensamientos trasciendan la experiencia subjetiva y afecten y conmuevan a los demás. Hilario Barrero es un maestro a la hora de lograr este objetivo.
En este diario no sólo aparecen algunas estampas de la vida cotidiana del autor en Nueva York, sino sus grandes pasiones, como los viajes, la música clásica y la ópera, la fotografía, la afición por la literatura y, en particular, por la poesía (es lógico, ya que él ha sido profesor de español y literatura en Nueva York) , su visión de ese ingrediente básico de la felicidad (como sostenía Epicuro) que es la amistad y también la importancia del amor, que es el Atlas que sujeta el mundo. Se trata, por tanto, de un diario con una importante información cultural y además emocional, donde se entremezclan aforismos («La soledad es un sol envejecido»), vivencias (como la muerte del perro de una amiga), lecturas, recuerdos (como los de su juventud toledana), miedos (cuando se rememora el pasado -en el que aparece la sombra del sida- y se piensa en el futuro desde la llegada de las sombras de la vejez), sensaciones, la difícil climatología neoyorquina, deseos, su amor al Greco, etc.
En este diario aparece un Hilario Barrero que es tres en uno, porque es prosista, poeta y ensayista. Pero si alguno prevalece de los tres es el poeta. Su lirismo se pone de relieve en especial en las descripciones y en algunos temas que son abordados con una especial sensibilidad. Esto hace que sea conveniente leer este libro con varias velocidades. Por emplear el símil de las marchas de un coche: a veces se lee con ritmo de prosa, más rápido, en cuarta o quinta, pero a veces es conveniente ir a otra velocidad más lenta, como exige la poesía, en segunda o tercera. Es en este punto en el que su narración se convierte en prosa poética («es una luz que habla como por señas, moviendo los dedos como si fueran pájaros»).
También quisiera destacar dos ideas, que están presentes al comienzo y en el tramo final de este Diario. El primero es el compromiso de Hilario Barrero con la divulgación de la poesía, como se pone de relieve con su importante labor como traductor (traducir es «cubrir con otra piel un cuerpo que, generosamente, alguien te pasa») y en la edición, pues es el editor de algunos libros y de una revista titulada «Cuadernos de humo».
El segundo es un hecho fundamental que aparece en su vida profesional a finales de 2015: la llegada del júbilo de la jubilación, que marcará un antes y un después. Quizá las páginas más emotivas sean las que tiene que ver con este hecho, con el tener que despedirse, después de tantos años, de su despacho, de la vista que tiene desde él, de los compañeros de la Universidad, de los libros que manejaba en la docencia, pero sobre todo de la vida y la ilusión juvenil por aprender que supone estar en contacto con los alumnos.
Pero siempre la redención viene del amor, que es el que ayuda a dar sentido a todo: «Pero tengo suerte. Los de dentro, los que se quedan en el laberinto intentando subir de escalafón no saben que tú me estás esperando. ¿Qué más puedo pedir?». El amor es el principal justificante de todo. Como afirmaba Claudio Rodríguez, largo se le hace el día a quien no ama. Hilario ama y mucho.
Este diario del toledano es una maravilla no sólo desde un punto de vista literario, sino porque lo que dice nos ayuda a ser mejores, nos enseña a valorar lo importante de la vida. El libro engancha y conmueve. Los acontecimientos de la vida que narra muestran el corazón de un poeta en el que el amor está en un primer plano. Hilario Barrero sabe que lo primero es el amor («amar es aproximarse a ser la unidad imposible») y luego viene todo lo demás, el mundo repetitivo de lo cotidiano. El amor, que fue el que le llevó a vivir a Nueva York, es incluso el que sostiene la cultura: «Me moriré feliz porque lo único que supe de verdad en la vida fue saber de ti». También afirma que «nosotros dos, como dos árboles viejos y llenos de pájaros y de recuerdos, de frutos y hogueras permanecemos, abrazándonos cada noche como una necesidad por si a la mañana siguiente uno de los dos no se despierta que el otro no olvide el último abrazo». Prospect Park es uno de los mejores libros que he leído últimamente.
Podríamos decir que este diario, utilizando el título de un célebre poemario de Luis Rosales, es como una casa que tiene la luz encendida, porque en él está palpitando la vida de quien lo escribe, que es también para nosotros como la luz de un faro, porque también nos orienta y nos abre más los ojos.
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