Wednesday, June 8, 2016

El hacha de plata, de Miguel Veyrat.



                   
 
               LA POESÍA DE VEYRAT UN TIRO DE GRACIA EN LA SIEN DE LA RAZÓN. 

          Decía Wallace Stevens que “the poet is the priest of the invisible”, un sacerdote de lo invisible que lo ve todo. Lo ve con ojos de profeta, con mirada de siglos y su visión está, o debería estar, por encima de modas, experiencias o intrigas que convierten al poema, es una ocurrencia trivial y pasajera. Un poeta es un leñador de sombras superfluas, de luces artificiales, de hojarascas recargadas. Algunos poetas, los que vienen de muy lejos, los que conocen secretos y saben salir del laberinto y conocen la razón y el paso del mirlo, tienen el hacha de la palabra para podar el poema de innecesarias ramificaciones. Miguel Veyrat que es un poeta sacerdote sabe que la poesía es un rito, una ceremonia que debe construir y continuar los dones, a través de la “palabra en el tiempo”, que nos dejó la historia, “solo la voz del poeta continúa el trabajo… de los dioses”. 

          Y armado con un hacha de plata, el nivel lingüístico certero y preciso, la idea como una flecha, metáforas que son como un tiro de gracia en la sien de la belleza, el poeta se adentra en el bosque Coliseo, Partenón, plaza pública, selva, paraíso perdido, se arriesga entre majadas y oteros y encendiendo la hoguera mitológica va armando su propio monumento, su obra esencial, luminosamente minimalista, navajazos de plata que hacen al lector sangrar de luz. Aunque sea solamente un esbozo queremos anotar dos de las vertientes o maneras que tiene el poeta de afrontar el poema y desarrollarlo en dos  estilos que se bifurcan, como en “The Road not Taken”, de Frost: uno hacia la izquierda, irreverente, ligeramente barroco, culturalista, existencial, cerebral y luminoso. El otro hacia la derecha: breve, punzante, oscuro, esencial, cuchillada y navajazo. Uno, como en el caso del poema del poeta americano, no sabe cuál elegir. Porque elegir un poema de Veyrat no es fácil tarea ya que es una cuestión de moral. 

           Hemos leído Poniente, Razón del mirlo yPasaje de la noche antes de El hacha de plata y uno va asistiendo a un proceso de depuración, de una necesidad de ir a lo esencial, abandonando la existencia vital, llegar a la esencia de la poesía, al origen de la palabra. Uno capta el “canto general” de un poeta libre, de un creador acompaña al poema de un “footnote” que no solo enriquece y le da una base firme y culturalista sino que formula preguntas, dudas, levanta ampollas en el, a veces, endurecido cerebro del lector. Uno admira el bagaje cultural del poeta tanto como la habilidad y el don para, en unos versos, crear un mundo, que es lo que uno piensa todo poema ha de ser. 

          No me resisto a copiar, como muestra de la importancia que tienen lo “periférico” en la obra de Veyrat, la nota 25 al poema “El suicidio de Lacan”, un poema, que incluyo,  “historicista”, que por sí solo daría para un ensayo.  En el primer verso de este poema he deslizado un emocionado recuerdo al Joseph Brodsky de suobra maestra Gran Elegía para John Donne(1963) escrito cuando el poeta contaba solamente 23años. Puede leerse en la extraordinaria versión de Tatiana Bubnova publicada por Alción Editora,Córdoba (Argentina) 1996. De Jacques Lacan pienso que todo lo que cabría opinar queda ya dicho enel par de poemas donde se cita su nombre; más allá, mejor guardar silencio.

  John Donne al fin se ha dormido sobre el Epodo II
  de Horacio y los cometas, que como niños
  puros guardan su sueño sin fin. Pasajero del ahora
  detenido, regresa el mirlo a la Rama de
  Oro. Y Lacan en el bosque se suicida con la navaja
  de afeitar de Althusser. Aspergen los
  chamanes sus Tabernáculos con lágrimas benditas,
  mientras se despiertan los ajusticiados
  en éxtasis de locura. El
  amor inundará de nuevo el mundo. Beatus Ille. Carpe
  diem. Carpediem. Beatus Ille. Todo es ficción en suma, como
  los copos de nieve que sobre el yermo
  sangriento caían al hablar, desde la boca de Odiseo.



          Entrar en el recinto de El hacha de plata requiere una predisposición y una aptitud especial. El poeta lo sabe y nos prepara, como si de una humana comedia se tratara, y en vez de círculos, el lector tiene que subir o bajar varios escalones hasta llegar al “core” del libro. Citas, que ya nos indican el camino a tomar o el camino no tomado, un prólogo, advertencias, velos y humos y, de pronto, el poema deslumbrante, casi deseado. 

          Uno de los poemas que a este lector le parece representativo de la obra de Veyrat y que no solo le conmueve sino que le inquieta es el que comienza con una pregunta y termina con un verso que es todo una declaración de principios. “Índice de números y letras que en cada vida faltan”. Antes nos detenemos en este verso: “Quién posee el hacha de oro, / quién la afina” nos pregunta el leñador que tiene un hacha de plata. Y el poema, aunque formula límites, también abre un horizonte. Y aparece Pessoa y Kafka, el fingimiento en un territorio extranjero. 

  ¿Dónde el hacha de oro?
El hacha que rompe el mar helado en los adentros
nuestros —siempre incompletos,
como aquellos objetos de deseo que querríamos
arrastrar por fuerza desde la naturaleza
hasta el propio Ser. ¿Quién posee el hacha de oro,
quién la afila? ¿Mas acaso la vida verdadera
reside en la caligrafía de las sombras,
del lenguaje y del sonido?, ¿en la geometría
infinita de las formas que desde el aire
llegan como ansiando el aroma de la hierba?
¿Es por ello que dejamos los textos
abandonados, inconclusos... parpadeando?
¿Quién establece los límites?, ¿quién interpreta?
¿Será fingidor el poeta, como Pessoa
un prisionero del mundo o la propia ficción
del tiempo? Es el tiempo real del hacha que talaba
la última página del castillo kafkiano.
Índice de números y letras que en cada vida faltan.

          Publicado en La isla de Siltolá, El hacha de plata es un libro que parece decir adiós, como si fuera un libro de despedida, pero no lo es. En la serena madurez el poeta ve las cosas más claras y se siente más libre. Veyrat es un hombre generoso, inteligente, una leyenda del pasado que vive en el presente y mira hacia el futuro. Capador de sombras y creador de luces. Forzador de “los límites de la palabra fronteras /del lenguaje. Ir más allá. El espacio/ no es sino sutilísima luz.

Monday, May 30, 2016

Ninguna parte, de José Luis Morante





 

Ninguna parte
José Luis Morante
La isla de Siltolá, 2013

                                          ALGO MÁS QUE PIEDRA CALIZA.   

La poesía es esa luz que debilita las sombras que llevamos dentro. Sabemos de nuestra condición transitoria y este estar de paso nos crea y nos provoca confusiones, en ocasiones caos, a menudo desórdenes. Nuestra existencia está abocada al encuentro con la muerte o con la sombra total.  “Esta orfandad del ser – dice el poeta—busca sosiego en los sentimientos y en la literatura”. José Luis Morante ha escrito en Ninguna parte, su último libro de poemas hasta la fecha, un retablo trascendente, con visos de mentalidad medieval en donde lo cotidiano, lo que nos da vida, las pequeñas cosas que nos rodean y nos hacen maleables, alternan con el otro lado de la existencia: la vejez, la muerte, la angustia y el “deseo creciente de hallar el sentido al ahora”. 

Tiene este retablo cuatro paneles que cubren la pared de la nave central de nuestra subsistencia diaria, salpicada de elementos nocivos y enfermedades por un lado, de materiales nobles por otro y, también, de piedra caliza. La primera tabla se llama “Patologías” y es nuestra preferida. Abre el libro con un poema titulado “El picaporte” donde nos encontramos a un “terco nonagenario”. Un poema, junto a “Balance”, de los mejores del libro: dos joyas que brillan con intensidad. 

Terco nonagenario
--después de quince años
de extravío en la sombra--
la evocación a tientas del pasado
equivale a mi padre
a resistencia…

…A veces su mirada resucita.
Posiciona en un mapa
imágenes dispersas.
Su voluntad es tacto
que gira el picaporte
para abrir desde dentro
la puerta infranqueable.

El segundo panel de este museo de las soledades se llama “Deshielo” donde hay poemas “geográficos” y sombríos, con endecasílabos de esta altura: “con esas sombras que llevamos dentro”. “Pub Joyce” parece un poema escrito esta mañana: nos da una visión negativa de Madrid. 

            Sucio Madrid de calles en derribo
            donde las obras públicas
            son parte del paisaje y acreditan
            estilo costumbrista.

La tercera tabla son epitafios que se agrupan bajo un título certero y acertado: “Piedra caliza”. Poemas como flechas, directos, limpios de polvo y paja. Cierra el libro “Y todo lo demás”, donde figura “Balance”, un poema biográfico que hubiera podido cerrar el libro y así unir al padre sin memoria con el hijo que la revive y mantiene.

…Crecí con Blas de Otero
y la armónica triste de Bob Dylan.
Como todos los jóvenes
exploré laberintos…

…Aparecieron grietas,
enemigos y afectos
enterrados después,
igual que yacimientos arqueológicos.
Decidido a buscar
ese lugar distinto a cualquier otro,
me extasiaron los viajes y los trenes…

…Hoy salgo a respirar. No pido mucho:
convivir entre libros y objetos familiares,
amoldar el sosiego del jardín
-igual que hiciera Cándido-,
un drenaje que filtre
las aguas estancadas
y espiar los ocasos
con la escueta esperanza
de un porvenir que llegue
cualquier día.

Pero el poeta decide terminar Ninguna parte con “Palabras sueltas”, una especie de poética y de colofón justificando el discurso del libro. Ninguna parte, editado en un precioso y manejable volumen por La isla de Sitoláen su “Colección Tierra” es el riguroso y cabal trabajo de varios años (2006 - 2013). Es un libro escrito “con lenguaje conciso e intimista”, con pulso y aliento firmes, un libro en donde “juntos conviven” la razón y el sentimiento. En donde la duda es uno de los hilos conductores del texto. En ningún momento el poeta desperdiga sus pasos, pierde el ritmo, desafina el oído de la melancolía. Un libro redondo, cíclico, del que quedan mucho más que los sonidos, más que lo materiales empleados. Ninguna partees un ave con el corazón de fuego y las alas de ceniza que vuela alto, por encima de modas y experiencias. Un libro de palabras conectadas que crean un mundo heterogéneo; un mundo en que cohabitan el temblor de la muerte, el goteo de la sangre y la arpillera de la respiración.

Tuesday, May 17, 2016

HILARIO BARRERO - ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA


Diario de un jubilado en Nueva York (11): Mal de ojo

To grow old is to lose everything.
Aging, everybody knows it.
Even when we are Young,
we glimpse it sometimes, and nod our heads
when a grandfather dies...
(Envejecer es perderlo todo./Cuando se envejece, todo el mundo lo sabe. /Incluso cuando somos jóvenes/lo vislumbramos a veces e inclinamos las cabezas/cuando un abuelo muere).
El otro día fui al oculista porque perdía algo. Cada día uno va perdiendo vida. Cuando me saludó me recordó que hacía siete años que no lo veía, aunque él, al final de la accidentada visita, me vio muy bien (para eso es oculista). Me sentí raro deletreando en inglés el cartelón de consonantes que me puso delante de mi nariz, en la que cabalgaba una estructura metálica y pesada. Me recordaban las antiparras que lleva el cardenal inquisidor Fernando Niño de Guevara en el cuadro de El Greco que se exhibe en el Metropolitan. Como el doctor notaba mis titubeos consonánticos iba añadiendo cristales al artilugio, lo que hacía que las letras se enturbiaran y se volvieran borrosas. Llegó un momento en que el trasiego de cristales era tan rápido que notaba un excesivo peso sobre mi nariz. Donde había una pe yo decía pe y donde una hache yo decía hache, en vez de decir «pi» o «aitch». El oculista me miraba confundido y debió de pensar que, dado el tiempo que había transcurrido sin visitarlo, había perdido no solo la visión sino también la razón.
Al darme cuenta de mi error lingüístico y cambiar a la lengua de Shakespeare, el doctor empezó a quitar cristales del armatoste y mi nariz se alivió del peso. Luego la ayudante me hizo varias pruebas, tantas que terminé con un ciego dolor de cabeza. Una de ellas consistía en apretar un control remoto cada vez que unas señales luminosas, unas suaves y otras fuertes, aparecían inesperadamente como estrellas perdidas en una bóveda falsamente azul. (Yo todo el tiempo pensaba en el terceto final del soneto de Argensola). Y así me fue.
Porque ese cielo azul que todos vemos,
ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande
que no sea verdad tanta belleza!
Todo acabó bien, no presagios de cataratas, ningún indicio de que me pueda parecer a Homero, una cita para dentro de seis meses, el dolor de cabeza, una niebla que me duró unas cuantas horas, una sensación de caminar flotando y casi dos dioptrías más en el ojo derecho. El izquierdo, en palabras del oculista, está arruinado. Se diría que hubiera estado mirando durante mucho tiempo en dirección contraria a la del gobierno.
Y como uno nunca pierde de vista la poesía al caminar a tu lado, sabiéndome protegido, me acordé de don Antonio:
El ojo que ves no es
ojo porque tú lo veas;
es ojo porque te ve.