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Había salido el sol. La noche anterior se había acostado tarde. Al día siguiente se levantó a las diez. Fue al Club Natación Barceloneta del que era socio. Se bañó, anduvo por las duchas, entró varias veces a los vestuarios abriendo y cerrando la taquilla. Buscaba algo pero no sabía lo que era. Volvió a su casa donde no le esperaba nadie, comió y se fue al trabajo. Enseñaba por las tardes en una academia a los que habían suspendido el curso. La última clase era la de latín en la que traducían la Guerra de las Galias. Gallia est omnis divisa in partes tres, quarum unam incolunt Belgae, aliam Aquitani, tertiam qui ipsorum lingua Celtae, nostra Galli appellantur. Hi omnes lingua, institutis, legibus inter se differunt. A las diez menos cinco se acabó la clase. Al salir a la calle Diputación la noche, que era un jardín de luminarias y miradas, olía a fuego y notó cómo quemaba. Sintió cómo su soledad le crecía más profundamente que lo normal. Caminó lentamente hasta el Paseo de Gracia. Dudó si ir a casa, a un bar de los que estaban al lado del mar o a comprar el número de julio (que podrían secuestrar) de Cuadernos para el diálogo. Cruzó la plaza de Cataluña y en el primer quiosco de las Ramblas, cerca de la fuente de Canaletas, de la que había bebido hacía ya mucho tiempo, compró la revista y se sentó, en una de las sillas metálicas a ver pasar la vida. Hojeó la revista, fumó un cigarrillo y se acordó de su ciudad donde su familia esperaba que volviera. De improviso, ya a punto de irse, la noche cambió de color. Desde entonces los ablativos absolutos de Julio César, los editoriales de Ruiz Jiménez y las oscuridades de los clubes cercanos al mar dejaron de interesarle. Se dedicó a traducir el color de esa noche, a secuestrar sus olores y a encender su oscuridad. Aprendió una nueva palabra que ignoraba y una oscuridad clarísima que le quemó durante toda su vida. En las Ramblas uno se puede sentir la persona más sola o más acompañada de este mundo y por un momento le vino como un tornado repentino el recuerdo de su ciudad y sintió frío aunque era la noche del siete de julio.
Esa sensación de soledad y desvalimiento habita en todas las ciudades, querido amigo; yo he sentido la misma impresión en madrugadas de regreso, al volver a casa, en un vagón de metro, con unos pocos desconocidos silenciosos. Por eso me gusta tanto la amanecida; con la luz vuelve la buena compañía. Un fuerte abrazo.
ReplyDeletesoledades de dolor... o el color de las soledades. es un texto, más que sugerente... directo a la reflexión.
ReplyDeletehacía tiempo que no leía nada tuyo. hacía tiempo que no leía nada así. gracias hilario.
Amigo Doctor Caligari, me alegra mucho tu preciosa nota. Amigos como tú le hacéis la vida a uno un poco más fácil. Gracias a ti. Un abrazo cordial. (Tendré que pasarme por su consulta cuando me duela el alma...)
ReplyDeleteMagnifico, para reflexionar!
ReplyDeleteEl dolor que más se siente, el miedo le puso nombre; Soledad.
Un beso.
Gracias Mercedes. Hay soledades que matan.
ReplyDeleteRecorre la soledad cada linea del texto, hasta cser desmayada a los pies del hombre , como un perrrillo faldero q le sigue a todas partes. Gracias Hilsrio. Un placer leerte. Natalia
ReplyDeleteGracias Natalia.
ReplyDeleteMagnifica descripción del triste sentimiento de sentirse solo y perdido en tierra extraña. La soledad y el dolor sordo y profundo que conlleva la he sentido yo durante mis largos y frecuentes viajes por España y el extranjero. Es un placer leerte. Saludos
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