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La biblioteca donde yo iba a estudiar estaba en el Museo de Santa Cruz y en ella leí, a mis diecisiete años, la obra completa de Nietszche. Éramos, a lo más, cinco o seis visitantes. En invierno una achacosa, vieja y destartalada estufa, que a mí me recordaba el primer acto de Bohème,(hasta veía al encargado, un viejo sordo con muy malas pulgas, quemando libros para calentarse como Rodolfo) tenía un tubo largo sucio y un codo herrumbroso que se tambaleaba a lo largo de la sala de lectura y asomaba su cabeza de humo por uno de los ventanales. Eran cuatro salas que correspondían a los claustros altos del patio, que habían cerrado con grandes ventanas. Vuelvo andando a casa. Bajo de nuevo por las escaleras mecánicas que unen el Toledo viejo con el nuevo. Son una brecha de plata en el marrón seco de la colina, un relámpago lento de metal. Paso por calles que me sé de memoria y que recorrí muchas veces cuando yo era niño y joven y que ahora en cierto modo ya no me pertenecen y me son extrañas. Calles estrechas y solitarias que en la oscuridad y el silencio de la noche fueron habitación para mi soledad.
Una preciosa evocación de la ciudad que fue tu cuna y después lugar donde tomaste contacto con la filosofía en la biblioteca que guardas en tu memoria.¿Por qué esas calles te son extrañas?."Ya no te pertenecen", dices,y, sin embargo, al evocarlas en este escrito, se oyen tus latidos.
ReplyDeleteEs la primera vez que vengo a tu blog, y voy a quedarme para seguirte.
Un saludo.
Muchas Gracias Fanny por su comentario, . Auqnue vuelva a pasear por esas calles ya no sentiré el mismo eco y me cegará la misma luz. "Nosotros, los de entonces, ya no somos los mimos".
ReplyDeleteNo se si sera la misma luz o el eco distinto pero a mi me GUSTA mucho leerte.
ReplyDeleteSera la sangre, digo yo, que es luz y eco al mismo tiempo. Un beso.
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