Toda su vida vivió como una poetisa, que era lo que ponía de profesión en las tarjetas de visita: sin dar ni golpe. Su gran espina fue el rechazo de la Academia toledana para admitirla en su seno por no tener “estudios”. Ganó tres accésits en premios locales que la hicieron muy feliz: La flor de Consuegra, el Tomillo de Ajofrín y la Ortiga de Talavera. Herminia Barahona de Duarte, hija del capitán de Infantería de la Academia militar de Toledo, Don Jesús Barahona e Iglesias, nació en 1900, aunque ella afirmaba que fue en 1925, y murió en 1980 en el Hospitalito del Rey olvidada por todos; fue enterrada en la fosa común. Soltera, fumadora empedernida, pelo corto, rodeada de quince gatos y amiga de Pilar Primo de Rivera escribió un soneto a José Antonio que Pilar mandó enmarcar. Publicó cuatro libros en la Editorial Católica Toledana todos ellos ilustrados por Enrique Vera, el gran pintor toledano. Curiosamente el único catálogo en que aparece su primer libro, “Que tú bordaste rojo ayer”, es el de la Biblioteca de Columbia. En Toledo no hay rastro de su vida. Isabel Alamares, a la que debo el descubrimiento de nuestra poeta y de otros aparecidos en esta antología, ha escrito un ensayo para la revista Cuadernos de humo destacando la “mirada animal” de Herminia. He elegido este soneto, perteneciente a su último libro “El perro del Greco y otros poemas”, que Don Gregorio Marañón tenía escrito en un azulejo con forja de Julio Pascual en el porche del cigarral Los dolores.
Un perro es una sombra que acompaña,
es un ruido continuo, es un ladrido
que te avisa, dos ojos y un latido,
un sonido que gime y que te araña.
Un perro es una isla, una montaña
que camina, un patético gemido,
ojos que te taladran sin sentido,
un silencio que crece y que te daña.
Gime, llora, se ríe y alborota
cuando solo lo dejas y regresas
y rompe con sus saltos tu mesura.
Es un ovillo loco, la pelota
que abrazas, desenredas y deshuesas,
una madeja llena de hermosura.
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