Cuando supo que su nombre, de origen germano, significaba atrevido y bravo, se quedó todavía más apesadumbrado de lo que normalmente estaba. Hernán Brezo (1503-1539) nació en la Plaza del Conde, en el Palacio de los condes de Fuensalida donde su padre era secretario de la reina. En sus memorias, escritas en latín, Hernán cuenta la historia de Isabel de Portugal, esposa de Carlos V, madre de Felipe II y una de las mujeres más bellas de Europa. Murió Isabel en el palacio y la llevaron a enterrar a Granada, a la Capilla Real. Acompañó al féretro el joven Francisco que era caballerizo de la emperatriz. Al llegar a la capital andaluza y ver el cuerpo descompuesto de su señora y dar fe a los monjes que era la reina, el que llegaría a ser San Francisco de Borja, dijo: “No puedo jurar que esta sea la emperatriz, pero sí juro que es su cadáver el que aquí ponemos”. Después de esto decidió ingresar en la Compañía de Jesús. El suceso dejó a Hernán conmovido y se retiró al Monasterio de San Juan de los Reyes a servir a un rey que viviera eternamente. Hildebrando de Toledo cuenta que Fray Hernán tenía arrebatos místicos y que cada Viernes Santo se le reproducían las llagas de Cristo. No fue canonizado porque los médicos de la Inquisición encontraron tatuado en su cuerpo las iniciales JN, el número 7 y la frase en tinta roja y en letra gótica “razón de amor”. Entre sus papeles encontraron también un librito titulado “Siete sonetos”, que perteneció al segundo marido de la duquesa de Alba quien lo tenía en gran estima. Antes de morir lo cedió al Departamento de Gender Studies de la Universidad de Princeton; actualmente, un alumno basa su tesis doctoral en este soneto.
Herido estoy de gozo y de sosiego
y mi sombra te espera enamorada,
herido estoy de muerte por la almohada
que me puso la sangre como el fuego.
Espero que comprendas que no juego
a la muerte de amar en madrugada,
que la carne de nuevo es convocada
a la sombra del árbol que yo riego.
Que te quiero perenne y como río
dando razón de amor a mi sonrisa.
afluente tu cuerpo junto al mío.
Ni siquiera la muerte ni la prisa,
podrán quitar a la esperanza el brío
que pones a mi cuerpo sin camisa.
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