Saturday, November 30, 2019

UN PREMIO NOBEL QUE NO CANTA


             


                 



                   LA NOCHE QUE FUI AL TEATRO BEACON A VER A BOB DYLAN

         El músico llevaba una chaqueta blanca como un prestidigitador, con destellos que parecían estrellas fugaces, las mangas largas, hasta los nudillos, ajustados los pantalones negros y unos tenis haciendo juego con la chaqueta.
         La voz de lija, una arpillera empapada de alcohol, la armónica silbando como cuando se aleja un tren, golpeado el piano y la guitarra más escudo que amante.
         Un monje ateo repitiendo la misma letanía ayudado por cinco fervorosos acólitos a los que presentó después de hora y media, que fue lo que duró la ceremonia. Conocida es la poca conexión que tiene el cantante con el público y ayer lo volvió a demostrar:  ni una sola palabra de agradecimiento, ni un saludo, ni un gesto amable. Llegó, cantó y se fue. (Uno recuerda las historias de Cohen). De las quince canciones que cantó en hora y media solo reconocí dos y en general cantó desafinado. Nos regaló dos bises, después de discretos aplausos. Un Premio Nobel de Literatura que tampoco canta. Sí, claro que fue una experiencia ver a una leyenda, pero fue un concierto bajo en emoción y de energía gastada. Monótono y aburrido. Una sombra que se movía un poco mecánicamente por el escenario ignorando a sus fans. Una desilusión
         Al salir, un frío acuchillando la avenida, unos jóvenes vendían camisetas a mitad de precio. Los árboles de Broadway estaban iluminados, como si la nieve los hubiera encendido.
         Tuve suerte: mis acompañantes se empeñaron en comprarme una de las camisetas oficiales que vendían en el teatro. (“De diseño y un robo”). Este verano cuando me la ponga me acordaré de ellas. Y recordaré la distancia y frialdad de una leyenda llamada Bob Dylan.
          Alguien que había asistido al concierto caminaba hacia el metro pensado en lo difícil que es llegar a viejo. Se tiene de todo, como lo tiene el cantante, pero a él le faltó brillo, fuego, ilusión. A los 78 años la sombra de la fama es alargada.
         El solitario siente frío de noviembre y el de la vejz en su rostro, pero al llegar a casa alguien lo espera: “Han sido cinco horas que han parecido días”. Desaparece el frío que se habia quedado damasquinado en su rostro y la casa se enciende.


4 comments:

  1. Y la elegancia de las palabras hacen credo con la mirada limpia de un eterno enamorado.

    Admiración y respeto, querido Hilario.

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  2. Querido Hilario, supongo que cuando se alcanzan cotas de fama y éxito como las de Dylan se corre el riesgo de despeñarse por el abismo de la indiferencia. O quizás haya sido siempre un tipo así, lo ignoro, pero en cualquier caso entiendo tu desilusión. Cosas así nos hacen ver lo lejanas que están las estrellas que más brillan y lo cerca que tenemos otras que sólo brillan para nosotros (y qué suerte tenemos).
    Un abrazo.

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  3. Posiblemente es ver de cerca a un idolo y ver que es de barro...

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