100120.- Una amiga que vive en los suburbios te llama y te dice que vayas a ver “Invisible life” que ganó un premio en el festival de Cannes y te puede interesar. No deja de ser una ironía que el film lo proyecten en un multicine de un centro comercial donde el público prefiere otro tipo de películas. Ayer fuimos a la filmoteca a verla. La película está basada en una primera novela, “The invisible life of Euridice Gusmão”, de Martha Batalha ,una escritora brasileña. Compro un ejemplar, en el café Fellini de la filmoteca, sabiendo que eres un asiduo lector. (Acabo de ver que ya has terminado el primer capítulo).
Yo dejé de interesarme por el cine, casi al mismo tiempo que por las novelas, hace casi cuarenta años y de lo único que puedo hablar es de Bergman a Antonioni, pasando por Pasolinni, Kurosawa, el realismo italiano o Trufeau y sus muchachos. Una de las pruebas de que el amor existe es vivir con alguien que ve, en ocasiones, dos o tres películas al día y lee dos o tres libros (no poesía) al mismo tiempo.
La película, dirigida por Karim Ainouz que estudió en la Universidad de Nueva York, es larga, la narrativa, a veces, confusa y blanda, los primeros planos crudos y los travellings nerviosos y desenfocados. Una película con una fuerte presencia machista que cuenta dos historias paralelas que nunca llegan a encontrarse.
A la salida empieza a anochecer, hemos ido a la función de las dos y media, y decidimos cenar en Pitti, un restaurante italiano, con un camarero que se empeña en hablarnos en italiano, una carta de vinos exclusivamente de Italia y con la sorpresa final de que no aceptan tarjetas de crédito. Lo mejor: la salsa de los mejillones y las alcachofas de mi pasta.
Subimos hasta la calle 8 a marchas forzadas para combatir el frío que la oscuridad ha traído. En el camino vemos una tienda donde el papel es el tema principal, mucho moleskine, muchos cuadernos hechos en China y diarios en México, cosas que no sirven para nada, como por ejemplo una caja con seis etiquetas, cada una de ellas con una cadena y tres letras mayúsculas: HBD que me saltan a la vista. Pregunto al dependiente, un mozo con un acento de cartón y una mirada de papel de seda, por el significado de las tres letras y me dice que significan “Happy Birth Day”, pero para mí tienen otro significado.
Terminamos en una licorería donde compramos algunas botellas, entre ellas un Barolo que vimos en la carta de vinos del Pitti.
Al final de la película, cuando pasan los títulos de crédito, la voz de Amalia Rodrigues sirve de fondo. Lo que faltaba: el colofón perfecto para un cinéfilo y amante de la cantante portuguesa. Al salir del metro, ya en zona amiga, viendo las luces de la terraza que aun están encendidas aunque ya se han ido los Reyes, te oigo tararear, y ¡mira qué cantas mal!, “Estranha forma de vida”, la canción que cantaba la reina de los fados. Logro entender estos dos versos: “Que estranha forma de vida / Tem este meu coração…” y pienso que a muchos esta forma nuestra de vida les puede parecer extraña, no a nuestro corazón que sabe cómo “bater”.
Hay lugares que te llevan a donde no sabes que un día irías. Y aquí estoy, cansada hoy, pero sutilmente feliz de estar aquí. Nueva York es casi una incógnita, pero Washington fue algo más un día. ¿Es eso? No sé. Hilos, quizá. Voces, tal vez. Amalia. Resende. Sobral... quizá solo el Tajo y su música. O no sé qué. Ese estar en varios lugares y no estar en ninguno, tal vez.
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