Es difícil encontrase con poetas que tienen una ética, una moral, una manera razonada de escribir, que viven entregados a la creación como si fueran artesanos, monjes de la poesía, amantes de la palabra, servidores del lenguaje, como quería Octavio Paz. Poetas que se ciñen al tema y elaboran un libro uniforme, argumental, cíclico y temático. Poetas como Jorge de Arco.
De Arco, que dirige la revista Piedra del Molino, ya antológica, es también un crítico certero y profesor y cuenta con seis libros de poesía en su haber, la mayoría premiados en reconocidos concursos literarios. El poeta es de los que vive la poesía como si de una religión se tratara, sus poemas son como oraciones dichas en voz baja, salmos rezados a la luz de la luna, cantatas a la vida, al amor, al tiempo.
Me llega Las horas sumergidas, un libro que camina entre la serenidad y el equilibrio, entre el poder de la palabra y la creación de un mundo al que se entra y se sale vestido de hermosura. Ya la espléndida portada, un collage del poeta Carlos Murciano, nos prepara para adentrarnos en esas horas azules sumergidas en el corazón del tiempo. La división del libro es otra pista de lo que vamos a experimentar: cuatro partes con un primer poema, a manera de prólogo, y una coda que lo cierra. El primer poema nos explica el título del libro y nos alerta del mundo formal del poeta: dominio de la palabra, fuerza del adjetivo preciso que da vida, universo metafórico. En el fondo, aparte del tiempo sumergido, nos encontraremos con una razón de amar, de pensar, de vivir. Una postura ética y una verdad a flote. Sentiremos “el poder de sugestión de la poesía”, bálsamo y aroma, calmante y esencia.
El poeta empieza su recorrido poético, en uno de los poemas más significativos y hermosos del libro, afirmando que
Quien soñó el otro lado de la noche,
o lo vivió con todas sus estrellas
apagadas, con todos
sus miedos encendidos,
quien tuvo resbalando entre los dedos
como hormigas punzantes, las horas sumergidas,
no puede ser el mismo que con pinceles otros
pintó en el lienzo virgen las esquinas
de otra noche vivida detrás de los espejos.
No puede ser el mismo y, sin embargo,
lo ha sido, lo está siendo
ahora, cuando escribe estas palabras
amarillas, que el viento va limando
con su lengua y su aliento de lebrel acezante.
Quien soñó el otro lado de la noche,
o lo vivió con todas sus estrellas
apagadas, con todos
sus miedos encendidos,
quien tuvo resbalando entre los dedos
como hormigas punzantes, las horas sumergidas,
no puede ser el mismo que con pinceles otros
pintó en el lienzo virgen las esquinas
de otra noche vivida detrás de los espejos.
No puede ser el mismo y, sin embargo,
lo ha sido, lo está siendo
ahora, cuando escribe estas palabras
amarillas, que el viento va limando
con su lengua y su aliento de lebrel acezante.
Las horas sumergidas son horas donde el amor tiene su tiempo emergente y en este apartado nos encontramos con uno de los poemas más intensos del libro:
Tu falda es un verano,una lluvia de soles
que altivos se desploman en tus muslos.
Tu falda abierta
es el brillor amante de un arco iris,
el latido incesante que se anilla
al fulgor de los astros.
La falda de tu estío
tiene el color feroz de la nostalgia,
el solo sacramento
que un día bautizase
de madrugada y música mi boca.
Aunque el libro puede encuadrarse dentro de la llamada poesía intelectual, (en este caso con un roce surrealista y una envoltura metafísica) se pensaría que la esencia del poema remite al lector al frío campo de la razón. Hay, sin embargo, que dejar claro que el corazón del poeta rescata y destaca las islas del recuerdo, el eco del otoño, un invierno entre llamas o el aroma a abuela y albahaca, “corazonadas” que iluminan y encienden los poemas con una hoguera de “luz caliente y sepia” y “una luz necesaria / de cobre sucesivo”.
Amanecer de espaldas a la vida,con los ojos en vilo.
Mirar en dirección
a Dios,
al firmamento,
y cerrar sin premura
los parpados dolientes.
Nada por aquí. Nada
desde el mas allá. Nadie.
Las horas sumergidas, I Premio Nacional de Poesía José Zorrilla, primorosamente editado en “algaida, poesía”, lleva un prólogo de Luis María Ansón.