Thursday, November 14, 2013

Dos liras inéditas de Juan Antonio Villacañas


                     
 
Nada en poesía es mayoría, ni siquiera la inmensa minoría. Hay poetas que son tan profundos como la noche, que queman tanto como la llama del amor, tan minoritarios como un cuarteto perdido de Haydn y tan breves e intensos como el perfume de una rosa. Poetas que tocaron muchas vidas por la magia de la poesía. Poetas de verdad haciendo que vivían de mentira en una ciudad lenta y provinciana. Poetas como Juan Antonio Villacañas. 

A Juan Antonio Villacañas lo conocí hace mucho tiempo. Yo apenas tenía dieciocho años, vivía en Toledo y estudiaba preuniversitario. Villacañas era “el poeta” por excelencia, poeta con tertulia en el café Español, poeta ganador de concursos de poesía, poeta destacado en antologías, poeta social y religioso, lírico y festivo, un poeta de verdad, hondo, un poeta de los de antes, un clásico, un poeta que lo mismo escribía un soneto a un profesor chiflado como a unas monjitas que celebraban sus bodas de oro con Dios. Y entre tanto iba escribiendo una obra seria y firme.

          Un día me publicaron dos poemas en Poesía española, que dirigía José García Nieto. A mí me pareció que publicar en esa revista era como si me hubieran dado, poco más o menos, el Premio Nobel. Compré los dos únicos ejemplares que llegaban a la Librería Gómez-Menor y me presenté en el café con la revista debajo del brazo. Villacañas llevaba gafas oscuras, fumaba, tenía un bigote generoso, voz de poeta, una mujer y dos hijas. Resultó que conocía a mi familia, lo que ayudó a facilitarme la entrevista.  Me diría más tarde que se quedó algo sorprendido de que un crío como yo publicara en una revista como Poesía española. Más perplejo me había quedado yo al verme al lado de poetas cuya obra ya se estudiaba en el Instituto. En broma me dijo que ya no sería el único poeta de Toledo.

      De los treinta y cinco libros que publicó durante su vida tengo casi todos de ellos dedicados. Ahora no solamente me resulta difícil seleccionar algunos de sus autógrafos sino que me produce una mezcla de melancolía y alegría repasar sus dedicatorias algunas de ellas en serio y otras en broma, algunas en prosa y otras en verso. Tengo especial cariño por la que fuera la última dedicatoria: unas espontáneas e inéditas liras (que por primera vez se publican en Libro de notas) que me escribió en una Antología de su poesía. Leyendo sus autógrafos repaso la amistad que siempre mantuvimos a través de tantos años a pesar de la distancia. Siento un latigazo al ver cómo la vida ha ido pasando entre dedicatoria y dedicatoria, cómo nos han robado la juventud, cómo la poesía sigue naciendo cada día y cómo nosotros vamos muriendo, cuento cómo los años se han ido sucediendo y un invierno ha seguido a un verano y un premio ha seguido a un silencio, y una vida a una muerte, siento que Juan Antonio ya no está entre nosotros y con las fechas de sus dedicatorias me hago un calendario de tiempo perdido poéticamente ganado.  Así pasan las glorias de la vida.

      Mientras quede un lector permanecerá su recuerdo y su poesía se abrirá como se abre la mañana. Porque la poesía de Juan Antonio Villacañas tiene la fluidez de un río, la serenidad de un día de otoño, la fuerza de un volcán, la hondura de la noche, la fachada de una catedral gótica y la luz que debe de haber en la mirada de Dios.

Dos liras inéditas de Juan Antonio Villacañas.

Pensaba que venía
pero de Nueva York, como del orto.
La casa le traía
al camino más corto,
sabe su corazón cómo me porto.

 
Y lo pensó a diario
como su corazón lo piensa todo
en el pecho de Hilario.
Yo sé que hay otro modo
que en él va Dios, los dos, codo con codo.

                                   22-1-97.

 

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