Hilario Barrero, poeta (acaba de dar a la imprenta Blending, Cuadernos de Humo, donde leemos: Qué cruel es el tiempo / que te pone delante de tu rostro / su espejo cada día / y te niega la luz cuando es de noche), diarista, profesor jubilado de la Universidad de Nueva York, ciudad en la que vive desde hace décadas, vuelve a sorprendernos con su tarea de traductor y publica en La Isla de Siltolá A quien pueda interesar, antología (bilingüe) de poesía en inglés, según reza el subtítulo. Es complementaria de otra que vio la luz en la misma editorial sevillana, Lengua de madera. Aquélla, sin embargo, sólo recogía poemas breves. Aquí se reúnen más de un centenar de poemas, cortos o largos, de cincuenta y cuatro poetas, del siglo XVIII hasta la actualidad. Los divide Barrero en varios grupos: primitivos, modernos, postmodernistas, novísimos, y jóvenes. Incluye tres "mini antologías": de Sandburg, Gilbert y Hall (que junto a su mujer, J. Kenyon, Barrero dio a conocer al público español).
Confiesa que empezó el florilegio "hace casi cuarenta años", que es muy personal, para todo tipo de lectores y, en última (o primera) instancia, que lo concibió para sí mismo.
A todos los poetas incluidos se les puede calificar de "clásicos" y, en consecuencia, son muy representativos del panorama de la poesía escrita en inglés a lo largo de los últimos siglos.
Son muchos los agradables hallazgos que uno se encuentra, poco importa por dónde abra el elegante volumen. Ya sean versos de Frost o de Simic, de Thomas o Stevens, de Walcott o Berger, de Levertov y Schuyler. Y de poetas mucho menos conocidos.
Los lectores habituales de la revista Clarín ya conocíamos algunos de estos versos. De Donald Hall, pongo por caso. Poemas magníficos como "El amo" y "Té" o el divertido "A la manera de Horacio".
La mayor sorpresa para mí está, con todo, en el primer poema, de Robert Southey (1771-1843), donde se lee: "Y, sobre los bosques vecinos que se divisaban, / la torre de la iglesia de Navalmoral nos anunció / nuestro lugar de descanso esa noche, -una señal bien recibida; / aunque nos demoramos deliberadamente para contemplar / con detenimiento la llanura fértil de Plasencia..."
Una delicia, sin duda.
Confiesa que empezó el florilegio "hace casi cuarenta años", que es muy personal, para todo tipo de lectores y, en última (o primera) instancia, que lo concibió para sí mismo.
A todos los poetas incluidos se les puede calificar de "clásicos" y, en consecuencia, son muy representativos del panorama de la poesía escrita en inglés a lo largo de los últimos siglos.
Son muchos los agradables hallazgos que uno se encuentra, poco importa por dónde abra el elegante volumen. Ya sean versos de Frost o de Simic, de Thomas o Stevens, de Walcott o Berger, de Levertov y Schuyler. Y de poetas mucho menos conocidos.
Los lectores habituales de la revista Clarín ya conocíamos algunos de estos versos. De Donald Hall, pongo por caso. Poemas magníficos como "El amo" y "Té" o el divertido "A la manera de Horacio".
La mayor sorpresa para mí está, con todo, en el primer poema, de Robert Southey (1771-1843), donde se lee: "Y, sobre los bosques vecinos que se divisaban, / la torre de la iglesia de Navalmoral nos anunció / nuestro lugar de descanso esa noche, -una señal bien recibida; / aunque nos demoramos deliberadamente para contemplar / con detenimiento la llanura fértil de Plasencia..."
Una delicia, sin duda.
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