Friday, February 15, 2019

Diario ilustrado: Un día de febrero.





                                         UN DIA DE FEBRERO EN PROSPECT PARK



140219.- A lo mejor es la fecha, quién sabe, o que uno se despierta con la mirada más afilada. Ir al parque, casi a diario, es como ir a misa, o a la ópera, o a dar clase o a hacer el amor. Tenemos una ruta para cada estación: buscamos el sol en invierno y la sombra en verano, la llama de los almendros en primavera y el oro rojo en otoño. A veces hay días planos donde todo parece igual: la sombra en el mismo sitio, las mismas parejas, la hierba apenas si una piel reseca por el prado, el perro que duerme en el banco de entrada, las placas metálicas adosadas a los bancos, dañadas por la lluvia y el olvido, el lago helado… Pero hay días que es como una catedral en domingo de resurrección, una ópera de Wagner, una lección magistral.

          Ya a la entrada, posado en un árbol seco, un sinsonte, como si presintiera que la primavera no está lejana, actúa de solista en un concierto en el que llama a la amada que, poco después, aparece y se posa en una rama más alta. Cambia de tono y gorjea con fuerza y cuando ella desciende a una rama más cercana, el macho mantiene un pianísimo sostenido que hace temblar a la amada y a dos viejos que lo escuchan. Ya cautivada, el macho baja a tierra y da unos pasitos: la hembra lo sigue. Y juntos se pierden de vista. ¿Sabe el macho qué día es hoy?

        
 En uno de los bancos que están frente al prado y que son asientos de lujo, sobre una placa que hemos visto otras veces, alguien ha prendido un ramo de claveles rojos para que el olvido, la lluvia o la nieve no oxide el recuerdo de la persona de la placa: el otro día fue el aniversario de su muerte. Mientras haya flores y el tiempo las marchite. el recuerdo de la persona estará vivo.  La luz es la típica de un día de febrero algo inestable, con ramalazos de viento frío y la caricia de un sol que quiere y no puede.

          Llegamos al lago medio helado y una bandada de gansos del Canadá, que uno nunca sabe si van o vienen, se refleja en la parte helada sin atreverse a entrar en el agua. Son como flores de algodón con raíces de cristal, uñas de plata, que han crecido del frío de la noche.


          En un lugar donde en verano hay niños que juegan e inauguran la infancia sobre el esplendor de la hierba y bajo el toldo generoso de la sombra, vemos otra placa, esta parece ser nueva, oro reluciente no mordido con el óxido del abandono, que recuerda a una niña llamada Harlow “…our sweet baby girl. We love you so much. You will be forever remembered. February, 12, 2016”. Sus padres han cubierto la placa con un adorno floral de rosas.

          A la salida un joven, sentado en un banco, toca una trompeta. Es una melodía triste, como un ramo de rosas secas o un trozo de hielo partido en mil pedazos. Como lo es la vida, como lo es este día quejumbroso y afligido de febrero con nombres escritos en el olvido y pájaros que uno nunca saben de dónde vienen y adónde van.
         

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