Friday, January 31, 2014

La casa con una sombra dentro.



 2b

La atan al sillón para que no se levante, en la cama han puesto barrotes para que no se caiga, está presa dentro de su propia libertad, llora, se le cae la baba, crispa las manos, su cara es una continua mueca de dolor e indiferencia, como si alguna fuerza interna la estuviera empujando fuera de su cuerpo. Mira fijamente con ojos nublados, mirada de dolorosa; si la acaricias aprieta la mano como si quisiera retenerte para siempre, a veces intenta decir algo como si estuviera empezando a hablar, balbucea un sonido como si firmara su soledad en el aire, si la ofrecen al nieto o al biznieto parece que sonríe, si el hijo que ha venido a verla de lejos la abraza ella se aferra a él como si quisiera irse con él o llevársele a sabe Dios qué profundidades. Cuando éste le pide que le dé un beso ella arrima sus labios a sus mejillas y le da un beso corto, húmedo, envuelto en saliva, casi silencioso, un beso que quema, que escuece, un beso como una rosa disecada, una mariposa sin alas, un suspiro de hielo, un botón de fuego. Una de las hijas duerme con ella y para protegerla de la noche la abraza. Alguna vez la hija centinela se duerme llena de cansancio y la madre se arrastra lentamente como queriendo huir y aparece acurrucada a los pies de la cama, en la esquina de la alcoba o cerca de la puerta de salida, no importa que la cama esté rodeada de barandillas protectoras. La encuentran temblando, apoyada en la pared, una imagen torturada. ¿Dónde quiere ir? ¿De quién huye? ¿Qué animal salvaje le da fuerza para que un cuerpo que se tambalea pueda levantarse? ¿Quién la está llamando? ¿Qué voces la asustan, qué ecos la aturden, qué sonidos la reclaman? Atada al sillón, reclinada la cabeza, mitad cristo románico, mitad virgen gótica, las manos crispadas, las lágrimas caminando por su rostro de cuero, las babas relucientes como gusanos de seda, barras de hielo derritiéndose por su rostro y cayendo en el vestido, mirando sin ver, hablando sin voz, inseguros los que la rodean que la oigan, sus hijos sentados a su alrededor la miran en silencio como se mira a una madre, como se mira a una rosa seca, como se mira a la muerte.

Saturday, January 25, 2014

La casa con una sombra dentro

2a
Acariciaron un cuerpo que ya es polvo, cambiaron los pañales de ocho cuerpos que son vida, cubrieron los ojos de la muerte, alimentaron al amor, escribieron cartas al hijo lejano, rezaron a un Dios que ahora no ayuda, rozaron a la noche, peinaron el temblor de una mirada, inventaron sombras en la sábana luminosa, araron los recuerdos, ayudaron a pasar el río revuelto, a salir del pozo oscuro, a partir el pan, echar el vino, repartir la fruta. Conocieron una guerra, ofrecieron cobijo, pasaron escasez, fueron almohada, concha, cuna y caracola. Contaron días, semanas, meses, años, sumaron rosas, restaron ortigas, trazaron caminos, indicaron a la luz donde evitar a la sombra y dividieron las semillas. Ahora son pirámides que duermen, jaulas para el estremecimiento, trampas del movimiento, garfios para la seda, relicarios de venas dormidas, ataúdes que esperan a la muerte, diez dedos para anillos de escarcha, dos paréntesis para acotar la nada. Contuvieron arroyos, pastorearon el dolor, secaron el llanto, limitaron unos labios, dibujaron el mapa del verano, firmaron la cuchara con temblor, el cuchillo con miedo, el tenedor con ojos perdidos. Ramas en primavera llenas de pájaros. Raíces escarbando la tierra enamorada. Zarzas donde la soledad se enreda. Remos de mármol para llegar a la laguna. Dos trozos de pan resecos para el hambre de la muerte. Las manos de mi madre.
 
 
 

Monday, January 20, 2014

Una casa con una sombra dentro


2

Una imagen recurrente en el museo de mi historia son las manos de mi madre mientras acunaba a uno de mis hermanos menores y le cantaba en tono suave y monótono “Mi vaquerillo”, un poema de Gabriel y Galán. “Tú te quedas luego / guardando las vacas, / y a la noche te vas y las dejas... / ¡San Antonio bendito las guarda!... / Y a tu madre a la noche le dices / que vaya a mi casa, / porque ya eres grande / y te quiero aumentar la soldada...” Yo recreando en mi mente la escena y en mi corazón los latidos, el frío, la pobreza del vaquerillo.  Sentía en mis manos el viento helado de la sierra y el niño a la intemperie, la gran bóveda celeste oscura, llena de estrellas lejanas y misteriosas. Miraba hacia arriba y lo que veía era el techo de la alcoba de mi madre y una lámpara que era como una luna llena, oronda y un poco amarilla. Era la primera vez que sin saber el significado y el poder que más tarde tendría, me abrazaba con el poder de la poesía.

 

Friday, January 17, 2014

Una casa con una sombra

Empiezo hoy a publicar algunos textos de una narración-memoria-testimonio de una casa en Santo Tomé.


1

La casa que ocupaba una manzana y estaba limitada por el callejón de Bodegones y la calle de la Campana tenía veinticinco habitaciones repartidas en tres pisos, un zaguán, un patio y una azotea cubierta. Era un laberinto de pasillos oscuros, de escalones irregulares, recovecos, caramanchones, habitaciones en pico, estrechas, espaciosas, de techos altos. En días soleados, el telón altísimo de ladrillo y arcos de la torre mudéjar de la Iglesia de Santo Tomé pintaba una sombra en la fachada. Una sombra que en invierno entraba dentro de la casa como una espesa nube. Era una casa un poco caótica como la familia que vivía en ella. Construida en el siglo XVI se le fueron añadiendo tabiques, abriendo ventanas, cegando balcones, apuntalando miradores,  rompiendo techos, creando claraboyas, cambiándole la piel, lavándole el rostro, metiendo por su cuerpo cables y tubos, reformando habitaciones a través de los siglos. Una casa con el peso de guerras, confidencias, muertes, conspiraciones, escondiendo en sus gruesos muros manuscritos y documentos, rezos, gritos ahogados y murmullos, llantos y sonrisas. Un azulejo maltratado por el tiempo incrustado en la fachada principal indicaba: “Soy de la Capellanía del Arzobispado”. Una casa donde hubiera podido vivir algunos de los personajes de El entierro del Conde de Orgaz, cuadro que  durante la guerra el carpintero Cardeñas y otros republicanos comprometidos descolgaron y cubrieron de colchones para que la aviación franquista preocupada por la liberación de El alcázar no destrozara.

 

 

Wednesday, January 15, 2014

Un poema de Kooser


                SOBREVIVIENDO

Hay días en que el temor a la muerte
es tan ubicuo como la luz. Lo ilumina
todo. Sin él, no habría notado esta mariquita
brillante como una gota de sangre
en el blanco alféizar de la ventana.
Su cabeza no más grande que un punto,
sus ojos como puntas de agujas de tejer,
se ha parado un momento a descansar,
las rodillas bloqueadas, las cubiertas de las alas ocultando
su delicado encaje.
A medida que el temor a la muerte, tan atento
a todo ser viviente, se acerca ella,
las diminutas antenas dejan de moverse.

De Delicias y sombras. Pre-textos, 2009.

 
 
 

 

Monday, January 6, 2014


 
                  Visitante
 
Diciembre herido se congela entre
algodones sucios de una nieve extranjera,
mientras el viejo Bill se muere en Brooklyn.
Perros de soledad ladran a su mirada                
de cartón mordiendo envenenados
los cristales vidriados de su vida.
Renegando ser viejo, Bill, tirita
y el zumo de manzana le condecora
su pecho lleno de óxido y metralla.
Un visitante misterioso entra,
se detiene en la ribera de la cama
fulminando la decadente escena
con su hermosa presencia.
Trae consigo la fuerza de la calle,
el ruido del vivir, la juventud,
la agresiva insolencia de su sexo,
el gozo más urgente del amor
y entre el azul lejía de su blusa
dos volcanes de lava se desbordan.
Bill le mira por un instante, tiembla,
(la toma de París,  la muerte de su hija
calcinada, el divorcio de Peggy...) 
maldice ser un muerto, estar amortajado
y lucha inútilmente por romper
las cadenas de óxigeno y de sangre
que encarcelan sus huesos de carbón.
Desaparece el cuerpo y huele a azufre,
infierno y carne achicharrada
en la habitación 308
del Kings Highway Hospital en Brooklyn,
donde Billy se abrasa lentamente
rodeado de tubos y de cables
en la fría mañana de diciembre.
 
 

 

De  In tempore belli. Editorial Verbum. 1999.

Sunday, January 5, 2014

Noche de Reyes


Miércoles, 28.- El señor Ignacio, el huésped de la señora Elvira, era rondín de la Fábrica de Armas y trabajaba de noche. Yo no sabía muy bien lo que era eso de ser rondín. El señor Ignacio que fumaba mucho era alto, delgado, muy serio y poco hablador y aunque tenía hijos casados que venían a verle de vez en cuando, él prefería vivir separado de ellos. A veces el rondín le daba voces a la señora Elvira o nos gritaba a nosotros porque hacíamos ruido por la tarde, que era cuando él dormía. Oficialmente lo hacía en el comedor, en una cama turca, que fue la primera que yo vi en mi vida y que ni me pareció turca ni cama. La alcoba de la señora Elvira estaba separada y había que salir al patio para llegar a ella. Ahora que ha pasado el tiempo entiendo el porqué a veces veía al señor Ignacio saliendo de la alcoba de su ama con el uniforme en el brazo camino del comedor. Ángeles, la sobrina de la señora Elvira, antes de que la recogieran en las Adoratrices y después de haberse acostado con muchas promociones de cadetes de la Academia y con muchos toledanos, a veces, entre polvo y polvo, venía a visitar a su tía y subía a saludar a mi madre. Aunque mi madre la temía y nos echaba del comedor, para mí su visita era un espectáculo único porque la sobrina no era una mujer de las que solían ir a mi casa de visita. Las visitas eran, normalmente, más aburridas: las hermanas del Obispo, Purita y Magda, las hijas de Don Saturnino, Trini, casada con un maestro católico y apostólico, la señora de Don Dimas, el otorrinolaringólogo que operó de amígdalas a casi todos los niños de Toledo, el capitán de la Policía Armada, el padre Guardián de los franciscanos…. Ángeles era todo lo contrario, era como una actriz, hablaba con voz ronca, iba maquillada con violencia, como una caricatura, ropas chillonas, fumaba y, paradójicamente, al haber sido hija única y educada, hablaba muy bien, era educada cuando quería y hasta tenía buenos modales. Mi madre intentaba aconsejarle, pero ella negaba su ramalazo puteril. “Doña Carmen, esas son habladurías de la gente, créame, tengo amigos, sí, pero eso no es malo… Mala es mi tía Elvira, porque a mi no me engaña, es una adúltera, mi tía se acuesta con ese hombre tan vulgar, un rondín sin educación ni estilo… Por cierto, Doña Carmen, ¿podría ofrecerme una copita de anís?” Cuando se iba siempre le pedía algo de dinero “para comprarme unas medias…” El señor Ignacio se murió el día de los Reyes Magos. Recuerdo que estábamos tan alegres con los juguetes y que subió la señora Elvira llorando: “Que se me muere mi Ignacio, don Hilario, que se me muere mi Ignacio…” Aunque el tal Ignacio “vivía en estado de adulterio y menospreciaba la religión” y no era rondín de la devoción de mis padres, mi padre llamó por teléfono enseguida a Don Ángel, el párroco de Santo Tomé para que viniera a darle la extremaunción. A Don Ángel, que era gordo y le costaba andar cuando llegó jadeante y sofocado ya el rondín había pasado a mejor vida.

 De Días de Brooklyn. 2004-2005. (Llibros del pexe).