Showing posts with label facebook. Show all posts
Showing posts with label facebook. Show all posts

Monday, June 29, 2020

Vidas paralelas






Tenerte es fácil, mantener encendida la casa fue lo difícil.

Despertar a tu lado fue la norma, dormir lejos de ti lo complicado.

Contar los años me enseñó a sumar, añadir hoy un día más es aprender a restar.

Al sentir el arañazo de tus ojos quedé deslumbrado, lo que esta noche me ciega es el navajazo de la vida que pasa.

Buscarte en las tinieblas no fue difícil, lo difícil ahora es saber cuándo amanece.

Siempre quisimos ser uno, confundidas nuestras voces y latidos.

El aliento vital nos dice que siempre seremos dos.

Sunday, June 21, 2020

Dos miradas.




210620.- Ya he comentado el misterio que tienen algunos poemas que te llaman, te llevan consigo y ya habitas en su casa. Cada día suelo hojear un libro de poemas en inglés e ir buscando poco a poco material para el tercer tomo de Poesía bilingüe que completaría unos de mis sueños. A veces me voy a la cama sin ninguna presa y siento que ha sido un día perdido. Otras veces aparece un poema que me guiña un ojo, me da un toque de atención y después de una segunda lectura me lo llevo a la cama.

         El otro día leyendo una antología de poetas ingleses me volví a encontrar con Marvell y su poema “The Definition of Love”. De entrada me trajo el recuerdo de Aldana y de alguien más que no lograba recordar. Durante varios días estuve recogiendo información sobre Marvell y el poema me pareció un texto amoroso con algo que le hacía distinto y que encerraba algún misterio que no llegaba a adivinar. Cuando había recogido suficiente información empecé a traducirlo. En ocasiones hay poemas que se resisten, poemas rebeldes que se niegan a entregarse del todo. Este fue uno de ellos.

         Esta mañana me llamó José Muñoz Millanes para decirme que había leído la traducción en mi blog y comentarme la que también había hecho Cernuda, en 1955, publicada bajo el título “Tres poemas ingleses”. Su comentario me desveló el presentimiento de que el poema me recordaba a alguien. Nada más terminar la llamada me acerqué a las Prosa completa del poeta sevillano a leer su traducción que encuentro encorsetada y oscura, tanto o más difícil de entender que el poema original. Uno tiene la sensación de que le faltase aire para respirar, que el poema está en una cárcel de versos eneasílabos, de uso poco frecuente en español. 

         La información que da del poeta y del poema, que fue escrita en 1945, es escasa y subjetiva y se va un poco por las ramas citando a Lucrecio, Dante y Donne del que dice, según dos de sus biógrafos que hablaba español. El comienzo de la nota informativa, modestia aparte, dice así: “Me figuro haber sido el primero en citar el nombre de Marvell a lectores de lengua española, y como debe ser poco conocido entre nosotros probablemente, no estará de más alguna información sobre su poesía y particularmente sobre el poema de él que he traducido”. Genio y figura.

         Adjunto ambas traducciones por si algún curioso lector quiere cotejarlas y dar su opinión. Gracias.




Tuesday, June 16, 2020

Setenta años. Alrededores de JLGM.

Un fragmento del prólogo de “Alrededores de José Luis García Martín”, el libro homenaje que ya está a la venta. Feliz cumpleaños.
                                                             DESDE BROOKLYN         
                                                          Hilario Barrero

         “ALGO que no se nombra / con la palabra azar / rige estas cosas», escribió Borges. Y ciertamente no se debe a un mero azar que el primer homenaje que sus amigos escritores le dedican a José Luis García Martín —el primero en libro, antes el diario Hoy y El Correo de Andalucía le dedicaron sendos suplementos literarios y Cuadernos de humo un número especial— tenga lugar en Nueva York, la ciudad a la que siempre vuelve y en la que le habría gustado vivir. De alguna manera, José Luis García Martín siempre ha sido un neoyorquino en el exilio dorado de su Oviedo y de su Avilés.
Durante un tiempo, para él Nueva York fue solo Manhattan. Si se aventuraba un paso más allá, se sentía perdido. Ahora Brooklyn es para él el verdadero corazón de la ciudad. Su primer encuentro con Brooklyn, va a hacer ahora veinte años, tuvo lugar tras una larga caminata. Lo sé, porque hice de guía, como en tantas otras ocasiones y con tantos otros escritores españoles. Yo en aquella época me preparaba para competir en un nuevo maratón y no me daba cuenta de que algunos de los del grupo de tertulianos que acompañaban a García Martín no estaban preparados para tales hazañas. Hace unos días, Silvia Ugidos, que vino junto a Martín López Vega, Xuan Bello, Javier Almuzara y Marcos Tramón, en su respuesta a la carta en la que le solicitaba colaboración para este volumen, me decía: «En tiempos en que es difícil estirar las piernas, anima recordar el brío maratoniano con que amablemente nos enseñó su barrio en Nueva York». Después de ese viaje, que tuvo lugar inmediatamente antes de la catástrofe de septiembre de 2001, se publicó un espléndido volumen, Líneas urbanas, donde los del grupo y algunos invitados contábamos nuestras experiencias de aquellos días.
         Fue una larga y agotadora jornada. Salimos del hotel en que se alojaban, el decadente y literario Pennsilvania (Julio Camba le dedica un capítulo en La ciudad automática), cruzamos el Puente de Brooklyn y por Montague Street llegamos hasta el Promenade, desde donde contemplamos un perfil único de Manhattan, hicimos parada en Teresa’s, el restaurante polaco que ha quedado inmortalizado en diarios y en crónicas (acaba de cerrar sus puertas definiti- vamente), llegamos hasta Sahadi’s, la tienda árabe que olía a canela y a dátiles, a perfumes dormidos y a almendras recién tostadas. Recorrimos luego Atlantic Avenue y nos hicimos una fotografía a la puerta de un club destartalado y oscuro con una frase en la fachada que decía: «Where the friends meet». Una imagen con jóvenes llenos de vida, aunque cansados. Alcanzamos Flatbush Avenue, anduvimos un kilómetro más y llegamos a casa, donde nos esperaba una cerveza helada. Un maratón que nunca olvidarían.
         Con los años, García Martín volvió muchas veces a Manhattan y en una ocasión se hospedó en mi barrio. En esos días, fue cuando de verdad descubrió Brooklyn. Aún ahora, después de tres años de su última visita, recuerda con precisión calles, esquinas, rostros, arcos, fachadas, monumentos. Desde Oviedo, con solo cerrar los ojos, puede recorrer la barriada como un residente.
         El primer día de su última visita salimos al parque. Cruzamos la fuente de Wisdom y Fortitude, el arco triunfal dedicado «a los defensores de la Unión, 1861-1865» y la gran plaza, que dan a esta zona un aire parisino. Al llegar a la entrada de Prospect Park vi cómo García Martín sacaba el móvil y enfocaba a otro arco que al final del túnel enmarcaba la enorme pradera. Por el contraste es una imagen que se queda pegada a la retina de la memoria. En la pradera, la luz nos deslumbró y anduvimos por caminos de sombra rumorosa, caminos pocos transitados, ardillas que como relámpagos aparecían y se escondían, árboles centenarios y al final del camino un edificio construido por Guastavi- no, el arquitecto valenciano que trabajó durante algunos años en Nueva York construyendo iglesias, embelleciendo estaciones de metro, bóvedas en Gran Central, mansiones y centros culturales y recreativos. Al salir yo sabía que, en su agenda sentimental, García Martín había anotado en su cuaderno un nuevo nombre: Prospect Park.
         A la salida del parque, está la Biblioteca Pública, un edificio de hermosa geometría racionalista. La fachada tiene una monumental puerta de cristales con doradas imágenes de libros famosos de la literatura americana. Al salir, vi cómo hacía una fotografía de esa puerta a contraluz, que luego serviría de portada a Una música, un rumor y un símbolo, una de las entregas Poesía en Valdediós, la colección poética que recuerda las lecturas junto al famoso Monasterio y que García Martín dirige desde hace años.
         Zigzagueando calles afluentes de Flatbush Avenue llegamos a la Séptima Avenida. Allí tomamos un café en el Starbucks, un lugar espacioso y luminoso donde el poeta se encuentra como pez en el agua. Hay residentes y viajeros de paso, gente que observa, gente absorta en sus ordenadores, gente que anota algo en un cuaderno, quizá un poema, que recuerda o que olvida.
         Un día en que García Martín se aventuró en solitario por el barrio se encontró con el Captain America, uno de los héroes de la Marvel (su favorito es Iron Man, el hedonista mecenas Tony Starck). Apuntó la inscripción que figura en la base de la estatua: «I’m just a kid from Brooklyn».
         También García Martín es de algún modo, un chico de Brooklyn, un neoyorquino más y por eso me atrevo a suponer que este homenaje a sus setenta años de dedicación a la literatura (estoy seguro de que en la cuna, antes de aprender a hablar, ya devoraba libros) le hará doble ilusión por venir de dónde viene.

Sunday, August 27, 2017

Del Diario.

          240817.- Una tarde de verano, desde el balcón de su casa, viendo cómo las golondrinas, enhebraban la aguja del verano con el hilo del atardecer, cosían la torre de la Iglesia, sintió como si le entrara agua en el pecho. Días después garrapateó un poema a un almendro que veía desde su habitación. En tercero de bachillerato escribió, en el curso de Literatura española, una redacción en la que comentaba un poema de Machado y sacó un sobresaliente. En preuniversitario conoció a un compañero y escribió poemas apasionados de dudosa adjetivación. Se los publicaron en la revista del Instituto. Desde entonces entendió, al ir viendo que su vida parecía transcurrir en blanco y negro, el agua que le entró aquella tarde de verano. Le dieron el Primer premio de poesía del Casino Industrial dotado con 100 pesetas (que gastó en libros). Su madre decía a sus amigas (que le preguntaban si el poeta tenía novia) que su hijo era poeta y una de ellas le pidió una poesía para un nieto que acababa de nacer. En la universidad se volvió a enamorar y volvió a escribir poemas de amor donde el género brillaba por su ausencia y la pasión por su presencia. Se los publicó la revista de la Universidad y el rector lo invitó a participar en un recital con Brines, Hierro, Gil de Biedma y un joven poeta. Dos de ellos se interesaron más en su persona que en su poesía y el joven le invitó a su casa a tomar una copa. Conoció a García Nieto, que estaba vinculado a su ciudad, y le publicó en Poesía española un poema en la página siete. Haciendo la carrera escribió un libro de poemas que quedó finalista del Adonais. Al leer la noticia en un periódico de la capital se pasó la noche sin dormir y se sintió ungido por la magia de la poesía. En el periódico local, un joven que estaba haciendo las prácticas, le hizo una larga entrevista de la que se publicó la cuarta parte en un recuadrito cerca de las páginas de deportes. Conrado Blanco lo invitó a una sesión de “Alforjas para la poesía” junto a poetas militares, farmacéuticos, curas, oficinistas y un crítico de arte que era calvo y fumaba en el escenario. La Asociación de Arte Garcilaso le dio un premio por un libro sobre Urabayen del que luego hizo la tesis doctoral. La editorial Tajo le publicó, previo pago de la edición,  un libro de poesía que presentó en la biblioteca de su ciudad. Al acto asistió su familia en pleno, las amigas de su madre, las mismas que seguían preguntando “si tu hijo el poeta no tiene novia”, vecinos, compañeros de su padre y algún despistado que no tenía nada que hacer esa tarde. Al terminar vio que alguien se acercaba con su libro y que le pedía que se lo dedicara. Por un momento no acertó ni a quitar la funda del bolígrafo y no sabía qué escribir. Esa noche tampoco durmió. Terminó la carrera, ganó las oposiciones y le destinaron a una ciudad  donde la soledad le consumía. Publicó ensayos sobre Garcilaso y Campoamor en revistas académicas que nadie leía, pero que le sirvieron para subir en el escalafón y poder pedir traslado a su ciudad en donde, después de dar las clases, se reunía en el Café El Greco con los artistas locales. Escribió en el periódico local, le llamaron a dar recitales, el cardenal le pidió un soneto en el que cantara el centenario de la coronación canónica de la patrona de la ciudad. Publicó un libro en una colección de poesía de la Editorial católica que en Madrid pasó desapercibido. Se fue haciendo viejo, se fue quedando solo, el piso llenándose de libros, discos, cuadros, fotografías de extraños, polvo, olor a orines, oscuridad. La humedad y la soledad columpiándose en la lámpara del comedor oscureciéndolo todo. Dejó de ir a la capital al café Asturias y a las saunas. Por la noche, con el agua a punto de desbordarse del pozo de su melancolía, escribía poemas como quien escribe el último libro. El banquete celebrando la jubilación se llevó a cabo en un restaurante de pueblo,  de  esos de “bodas y bautizos”. Un poeta joven que fue alumno suyo y ahora hacía el papel de “secretario” escribió un soneto para la ocasión en el que le llamaba maestro, gloria de la ciudad y rimaba el nombre del poeta  con armario, osario y calendario. Encima del plato de entremeses, como un pájaro a punto de volar, pusieron el soneto que había ilustrado, con un espléndido dibujo, el pintor oficial de la ciudad (que moriría más tarde en un accidente de coche). Esa noche tampoco pudo dormir. Le dolía el corazón o eso creía. Un sobrino anunció en Facebook que su tío había muerto. Durante un día y medio los amigos lamentaron su perdida, alabaron su bondad y se atrevieron a decir lo buen poeta que era, aunque nadie se lo creía. Al día siguiente en el periódico local apareció una necrológica con una foto horrorosa, que de haber habido vida después de la muerte el poeta hubiera resucitado para pedir que la cambiaran. Las amigas de su madre, si hubieran estado vivas, hubieran seguido preguntando si “tu hijo el poeta no tiene novia”. Los libros de poesía firmados por Aleixandre, Gerardo Diego, Guillen, el “Don Juan” de Azorín firmado por el maestro, las novelas, también autografiadas de Urabayen, las primeras ediciones que fue coleccionando durante toda su vida, algunas litografías de Gregorio Prieto, Dalí y Miró y la mayoría de los libros de los poetas del 50 se los llevó un chamarilero como quien se lleva piedras. En el funeral un colega del Instituto leyó un texto que hablaba de la vida del poeta y profesor, desde que una tarde de verano sentado en el balcón de si casa, su madre mirándole con el corazón encogido, hasta la noche que se quedó dormido para siempre intentando poner punto final al último libro de poemas. Al entierro asistieron el concejal de cultura, el obispo auxiliar y sus sobrinos. Meses después hubo un intento de poner su nombre a una calle en un barrio de trabajadores, pero el alcalde del partido opuesto al del poeta, se negó en rotundo.
          Luego el olvido le convirtió en ceniza. !Si al menos hubiera conocido el amor!

Thursday, July 17, 2014

La casa con una sombra dentro.



26
A mí, al menos, el aire me olía a incienso y la luz me parecía de domingo, no importa que fuese lunes. Un lunes especial: un lunes después del domingo de resurrección y, lo más importante, un lunes en que iban a quemar a Judas. Judas aparecía colgado  a un cable que cruzaba la calle y cuyas puntas estaban amarradas a dos balcones. Judas era un enorme muñeco lleno de paja vestido con una chaqueta vieja de mi padre, de  unos pantalones descoloridos del tendero, de una camisa amarilla del barbero, un sombrero del boticario y de unos zapatos cuarteados del zapatero que guardaba para esta ocasión.  Las mujeres encargadas de vestir a Judas le pintaban unos ojos grandes y expresivos, un bigote generoso y una nariz de cristo románico. Judas, tambaleándose en el aire tibio de una tarde abrileña, era un espantapájaros urbano que había nacido ya sentenciado a muerte sin pájaros que ahuyentar, sin cosecha que guardar. Era un muñeco algo fofo y uniforme que lo único que ahuyentaba era la mirada asustada de un niño  que le miraba con ojos asustados. Al atardecer, cuando los hombres regresaban de trabajar y la noche llegaba puntual a trabajar, la calle empezaba a animarse: los vecinos se asomaban en los balcones o bajaban a la calle. Alguien acercaba una llama a los pies de Judas y entre el griterío de la gente, los ladridos de los perros y el susto de un niño, el muñeco lleno de paja, con corazón de traidor y mirada torva empezaba a arder. Se iluminaba la noche de una luz arrebatada y la gente se separaba del hambrón que poco a poco se iba consumiendo. Al llegarle las llamas al pecho la paja se dispersaba como diminutas estrellas y la gente prorrumpían en gritos. Se llenaba el aire de  un aire espeso y la noche olía a goma quemada, a hoguera de pueblo, a carbones húmedos. Judas que había sido quemado por haber traicionado a Jesús – eso era lo que le decían al niño al preguntar el porqué de la quema-, se llevaba entre sus cenizas y pavesas el olor a primavera y la luz de domingo. Se llevaba también la inocencia. 

 Dedicado a Sagrario Fernandez-Prieto